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Reflexión - Evangelio Dominical: La fe: don de Dios para descubrir su presencia y su actuar con nosotros

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Los episodios del evangelio de la misa en los anteriores domingos nos presentaron dos catequesis sobre la fe, en el pasaje que escuchamos hoy llegamos a la cumbre de…

La escena del evangelio de este domingo (Mateo 16, 13-20) nos invita a comprender la fe como el don de Dios que nos permite vincular el cielo con la tierra, lo humano con lo divino. Dicho de otra manera: descubrir el actuar de Dios en nuestra vida y en nuestro mundo.

El evangelio de la misa de este domingo tiene tres partes, en la primera encontramos una especie de ‘encuesta sobre los saberes acerca del Hijo del hombre’, en la segunda hay una felicitación de Jesús a Pedro y en la tercera hallamos el mandato de Jesús para no descubrirlo a los demás.

La encuesta de la primera parte consiste en dos preguntas; no podía ser de otra manera, pues al inicio del discurso en parábolas (Mateo 13, 1-2) los oyentes de Jesús se dividen en dos grupos: la masa que está de pie en la playa y los discípulos que acompañan a Jesús en la barca; pues ahora la encuesta busca averiguar qué se sabe sobre la identidad de Jesús en cada uno de estos grupos.

La pregunta sobre el saber de la multitud asocia los términos ‘hombres’ e ‘Hijo del hombre’: ‘¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?’. Esta formulación nos orienta hacia el misterio de la encarnación: el misterio del Hijo del hombre entre los hombres. Los ecos recogidos entre la gente reconocen al Hijo del hombre como un profeta, un hombre relacionado con las cosas de Dios, pero que quizá no tenga mucho que ver con la cotidianidad ni con la vida de la misma gente. Fijémonos que la respuesta vincula a Jesús con los profetas de tiempos pasados.

La pregunta sobre el saber de los discípulos se construye con los pronombres ustedes / yo: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». La sustancia de la respuesta de Pedro ‒«Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo»‒ ya la habían expresado los discípulos como conclusión del episodio de la caminata de Jesús sobre el agua; pero ahora, en boca de Pedro, esa primera confesión de los discípulos se amplía para esclarecer el ser y la misión de Jesús como Mesías, esto es como el Salvador esperado por Israel. La segunda parte de la respuesta, «el Hijo de Dios vivo», viene a explicar de qué salvación se trata.

‘Dios vivo’ es lo opuesto a los ídolos. El Dios vivo está actuando hoy en nosotros y a través de nosotros quiere trasformar el mundo. Esta manera de comprender la salvación desde el misterio de la encarnación es distinta a lo que encontrábamos en la respuesta de quienes oyen parábolas desde la playa.

La segunda parte del evangelio de hoy –la felicitación de Jesús a Pedro– nos revela que la fe es don de Dios, del Padre del cielo: «Eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Pero este don de la fe no es solo para conocer las cosas de Dios, las del cielo; la fe, que nos lleva a descubrir el actuar de Dios en nuestra existencia, nos descubre al mismo tiempo nuestra identidad más profunda y nuestra vocación.

El discípulo, conducido por el don de la fe, dice: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo»; el Maestro confirma este ser conducido por el don de Dios diciendo: «Ahora yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…». De modo que el reconocimiento del actuar de Dios en la vida misma del discípulo lleva a éste al descubrimiento de su identidad más honda. Al contemplar el misterio del Verbo encarnado, el discípulo es alumbrado por la revelación divina en su identidad profunda y se despliega el horizonte de su misión.

La tercera parte del episodio leído, el mandato para mantener en secreto la profesión de fe del discípulo, es una especie de ‘gancho’ para enlazar el episodio que leeremos dentro de ocho días. ¿Por qué Jesús manda guardar silencio acerca de su identidad y misión?