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Morir para ser fecundos

Evangelio dominical parroquia cristo rey
Fotografía
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En el propósito de la reforma litúrgica que promueve el Vaticano II el concepto de participación apunta hacia ‘tener parte’ en el misterio que celebramos.

En estos últimos domingos de Cuaresma la liturgia de la Iglesia nos orienta hacia la participación en la celebración de la Pascua.

Así tenemos que en la celebración de la Pascua no solo hacemos el recuerdo de un acontecimiento pasado, sino que esperamos que el misterio pascual se realice en nosotros; así lo expresamos en la oración colecta de la misa de este domingo: «te pedimos nos concedas, Señor, vivir en el mismo amor que llevó a tu Hijo a entregarse (…) por la salvación del mundo».

Hace ocho días los diferentes textos de la celebración nos llevaron a considerar el amor gratuito de Dios, los textos de hoy nos llevan a entender la vida cristiana como la fructificación del amor de Dios en la existencia concreta de cada uno de nosotros. Lo que hace posible que seamos cristianos es el amor de Dios en Jesús que nos hace libres para entregar la vida como él.

El evangelio de la misa de este domingo (Juan 12, 20-33) está conformado en la parte central por un breve discurso de Jesús como respuesta a la petición de un grupo de no judíos que quieren verlo. En la petición de éstos reconocemos una demanda universal; la solicitud de ‘ver a Jesús’ la podemos entender como la petición por creer, es como si los no judíos estuvieran pidiendo llegar a la fe, llegar a creer. Piden ‘ver’, se trataría de la petición o de la llamada de la humanidad por la salvación.

Ante este reclamo por la salvación, Jesús comprende que ha llegado la hora de su glorificación, de la culminación de su obra por la salvación del mundo, y con estas palabras daba a entender el sentido de su muerte. En el breve discurso del evangelio de este domingo Jesús nos expresa el sentido de su glorificación, esto es, de su muerte y lo hace a través de una comparación: el grano de trigo que cae en la tierra.

El grano de trigo cae en la tierra para morir y así producir abundante cosecha; no morir significa permanecer estéril, quedarse siendo un solo grano. Morir es la condición para la fecundidad y con ello para la glorificación. Esta comparación es aplicada por Jesús mismo a la existencia suya y la de sus discípulos: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna». Se entrega la existencia para participar del don de una vida que sólo Dios puede dar.

No apegarse a la vida es dejar de vivir como si uno se bastara a sí mismo, es dejar de considerar la existencia inmediata como el único bien que uno tiene para defender a toda costa. Quien opta por entregar la vida se ha vuelto discípulo de Jesús, y éste es quien de verdad ‘ve a Jesús’. A la demanda inicial de los no judíos Jesús responde que para poderlo ver hay que seguirlo y seguirlo hasta la entrega de la vida.

Autor:
Padre Tadeo Albarracín - Vicario Parroquial