El episodio del evangelio de la misa de este domingo pone delante de nosotros el fundamento de nuestra fe: «Tú eres el Mesías». Nos llamamos cristianos porque reconocemos que Jesús de Nazaret es Cristo (el Mesías, el Salvador), y porque acogemos la salvación que Él nos ofrece.
El evangelio de hoy (Marcos 8, 27-35) tiene tres partes: 1a. dos preguntas de Jesús, 2a. un anuncio de la pasión y 3a. una exhortación al seguimiento.
El texto abre señalando la presencia de Jesús y su grupo yendo de camino por las aldeas de Cesarea de Filipo. Dentro de la narración del evangelio de los domingos resultan importantes el sustantivo ‘camino’ y el verbo ‘empezar’ como clave para interpretar el desarrollo de la narración que seguiremos domingo tras domingo.
De aquí en adelante la narración de Marcos nos irá contando los pormenores del camino de Jesús hacia Jerusalén y así se va esclareciendo la identidad de Jesús como Salvador, al tiempo que nos iremos enterando de las dificultades que tienen los discípulos para asumir la salvación que Dios nos ofrece en Jesús.
A punto de iniciar su camino hacia, Jesús pregunta tanto a la gente como a sus discípulos qué saben de la identidad de él. En primer término, la percepción que la gente tiene sobre Jesús, presentada aquí por los discípulos, es de asombro y lo vinculan con algo misterioso: es «Juan el Bautista» que habrá vuelto a la vida; es Elías, que no murió, fue arrebatado al cielo y retornará para anunciar la llegada el Mesías; es alguien que tocándolo produce curaciones, es el exorcista que tiene pacto con Belcebú. Tenemos supersticiones que la necesidad de salvación ha estimulado en el pueblo sencillo.
Conocida la opinión del pueblo en general, Jesús pregunta a los discípulos sobre su identidad: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Esta pregunta y la respuesta de Pedro son el tema central de la primera parte del evangelio de la misa de hoy.
En la segunda parte, a continuación del mandato del silencio sobre la identidad del Mesías, tenemos un anuncio de la pasión de Jesús, este anuncio del desenlace de la vida de Jesús es un resumen del relato de la pasión, muerte y resurrección; a este anuncio de Jesús le sigue la expresión de incomprensión de Pedro.
Jesús «empezó a instruirlos […] Se lo explicaba con toda claridad», como respuesta, «Pedro lo llamó aparte y se puso a increparlo». Estas dos maneras estarán presentes a lo largo del camino hacia Jerusalén que estaremos leyendo los domingos siguientes. Mientras que Jesús empieza a revelar su identidad de Mesías a sus discípulos ‘con toda claridad’; Pedro, por su parte, también empieza a poner reparos al proyecto que anuncia Jesús.
La reprensión de Jesús a Pedro, «¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!», está manifestando que la salvación que Dios ofrece por medio de su Mesías no es obra humana, es obra de Dios, pero los hombres encuentran dificultad para comprenderla.
El texto concluye con una exhortación al seguimiento en donde Jesús amplía para la multitud el sentido de la salvación que Dios nos ofrece, invitando a una opción radical por el Reino; esta radicalidad la expresa Jesús con la advertencia: «Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá».
Es decir, el hombre no se basta a sí mismo, no puede encontrar en sí mismo la plenitud de vida. Jesús enseña que la salvación se encuentra saliendo de uno mismo para seguir el estilo del Evangelio. La salvación consiste en compartir el destino de Jesús.
Esta manera de presentar la salvación nos hace pensar que todo ser humano es comparable con Jesucristo, de modo que la salvación es actuar de la misericordia de Dios que va apartando de cada ser humano aquello que está ensombreciendo en él la imagen de Jesucristo.