Existe hoy una sensación bastante generalizada de que en temas fundamentales de la vida y aun en otros de menor importancia, estamos llegando a una especie de bifurcación inevitable y hasta necesaria, debido a las miradas tan distintas que se dan. Se ha tratado de pegar artificialmente lo que no se puede pegar proponiendo en todo momento la tolerancia como remedio universal, pero que en la práctica se traduce en que las personas tienen que aguantarse todo a las buenas o las malas.
En los temas fundamentales como la conservación de la vida, por ejemplo, se cree que es intocable o no se cree en eso y más bien en que se puede hacer que termine según diversas circunstancias. Ahí es muy difícil hablar. Se cree en el poder salvador de las vacunas o no se cree en eso. Se cree en el matrimonio como Dios lo propone en las Sagradas Escrituras o no se cree en eso. Se cree en el valor de la ley justa o no se cree en eso. Se cree en la justicia social o no se cree en eso. Se cree o no se cree. Esa es la cuestión.
Alguien podría pensar que eso no es problema y que cada uno es libre de hacer su vida como mejor le parezca. El problema es que estas formas de pensar -o de no pensar- tienen repercusiones muy concretas en la práctica. Y pueden terminar por alejar las personas, aun las más cercanas y de mayores afectos. Pueden crear litigios que lleven a los tribunales incluso a personas que hasta hoy por la mañana eran mis familiares o mis mejores amigos. Pueden llevar a silenciar a unos para que otros estén cómodos en su forma de ver la vida. Esto se llama hoy, y se practica sobre todo en muchos medios importantes, la cultura de la cancelación. O, en el peor de los casos, pueden llevar a la violencia, al linchamiento físico o mediático, a la marginación laboral o educativa, etc.
El tema no es de fácil solución. Entre otras cosas porque estamos bajo el dominio de una emotividad desbordada que obnubila cualquier posibilidad de análisis y reflexión. Hay una sensibilidad extrema que no admite ni siquiera el abrir una discusión. Y, sin embargo, conviene situarse en la vida con una identidad propia en los temas capitales y en otros de menor importancia. Si no se da esto, las personas terminan estando donde no quieren estar, o apoyando lo que no es de su agrado, o incluso financiando las causas que abominan pues se venden con bastante astucia.